20 de noviembre de 2011

Übel Cossta: GUSTAVO GARZÓN GUZMÁN


(1956)

Desapareció misteriosamente un 10 de noviembre del año 1990 tras haber sido excarcelado y sobreseído por una supuesta tenencia ilegal de armas como militante del grupo Montoneros Patria Libre. Integró el taller literario dirigido por Miguel Donoso Pareja (1980-1983) . Publico los libros "Brutal como el rasgar de un fósforo" y "Del virus humano y su circunstancia". Póstumamente  se publicó su libro "vivo en medio de tantos muertos", presentado en el Primer Encuentro de Talleres y Grupos Literarios GUSTAVO GARZÓN GUZMÁN, realizado en Quito los días 10, 11, 12 de noviembre del 2010, a los veinte años de su desaparición.

En el segundo encuentro de talleres literarios, desarrollado los días del 9 al 11 del mes de noviembre de 2011 se presenta un libro homenaje y como voz de protesta ante el hecho de su desaparición "más allá de la transparencia" que datan los ensayos de vida del escritor, producto que escribiera con infinitas ansias de develar su verdad crítica de la literatura ecuatoriana, ensayos que serán subidos con la brevedad posible a este blog para compartir su figura literaria.





CUENTOS:

1) LUGAR IDÍLICO

(…) No podía seguir soportando el constante desasosiego que me causaban los atentados terroristas. Lenta, suavemente la nave se despega del muelle. Pasamos casi rozando el montículo, para dar vuelta y dirigirnos a Fabrizia. Su nombra evoca todavía misteriosas muertes galeones fantasmas que desaparecieron tras la bruma. Cuentan que en las  noches de luna se ven flotando cadáveres cerca de sus costas. Entramos a la bahía al atardecer, a lo lejos recias palmeras enmarcaban un sinnúmero de minúsculas casas blancas que pugnaban por presentar sus tristes fachadas al mar. Las olas, después de despedazarse contra las rocas, avanzan insinuantes lamiendo la blancuzca arena hasta llegar al peñasco sobre el que se levantan.  En la parte más escarpada se alza imponente una base militar, su alambrada deja entrever el movimiento de soldados portando sus fusiles. Como se ha hecho demasiado tarde, permanecemos hasta mañana a bordo. El mar comienza a tornarse grisáceo, va a ser una noche lóbrega. Una densa neblina se extiende sigilosa. Por largo rato descanso en la cubierta y contemplo el transcurrir de las horas. Como en un sueño, me parece percibir la silueta gris de un galeón desvaneciéndose en la neblina. De pronto, el silencio es bañado por el resonar de los antiguos cañones. Una pálida luna empieza a reflejarse  en el mar y el contorno de un cadáver va perfilándose sobre las olas. A través de la niebla se escuchan gritos ahogados. Vivo a plenitud este instante que me sumerge delirante en la leyenda. La luna se oculta tras una nube y se rompe el ensueño; desesperadamente busco vestigios de ese mundo, pera ya todo se ha hundido en la inexorabilidad del tiempo. Ante mí se extienden, infinitos, el silencio y una noche sin límites. He hallado por fin el lugar idílico del encuentro entre mi yo y la creación poética. Al amanecer, el pito prolongado de una lancha me despierta. Por el alto parlante una voz nos comunica que no podemos desembarcar. Durante la noche un grupo subversivo intentó tomar la base y han declarado toque de queda.



2) HÉRCULES ANTE LAS GORGONAS

A veces se cree que levantarse temprano, desperezarse a gusto, tomar una ducha, servirse el desayuno abundante y nutritivo es suficiente para que el día se vaya desarrollando como lo esperamos, como era de esperarse cuando abandonó la cama descansado, realmente descansado.
A eso de las nueve y treinta ya estaba listo a enfrentar el día como Hércules habrá estado para enfrentarse a las Gorgonas y un vendedor toca a la puerta. María abre, intercambian unas palabras; pasan a la sala de recibo. El baja, como casi todos los días, de sport; encuentra a María al pie de las escaleras y es informado de que el vendedor desea una entrevista. El vendedor es el tipo de hombre hecho a la medida de su  terno; saluda de cortésmente, toma asiento. María, que se ha quedado respetuosa unos pasos atrás, pregunta si los señores tomarían una taza de café.
-          ¿El caballero desea?
-          Muy amable gracias
María desaparece y él adquiere la posición de usted dirá.
-          He venido a hacerle un gran servicio.
Se previene porque es la típica introducción del alumno aprovechado de Carnegie.
-          Quisiera presentarle, si me lo permite, una muestra de nuestro producto. - Hace ademán de abrir el maletón que yace junto a su sillón.
-          Adelante – le anima pensando que va a perder el tiempo.
Saca un cubito de cristal conectado mediante alambres a un aparato similar a un radio de bolsillo, en cuya parte superior titila un foquito.  Coloca todo sobre la mesa del centro y aparta el florero para que no haya obstáculos en el campo de visión. Dentro del cubo hay una masa que apenas insinúa alguna forma. El se acerca, observa con detenimiento; es cierto, la masa late rítmicamente.
-          Esto, mi querido señor, deja el servicio sobre la mesa y vuelve a desaparecer como sólo ella sabe hacerlo.
No es muy adepto a los organismos inferiores, menos aún si parecen puré de hígado sometido a choques eléctricos; sirve café y bebe el suyo para evitar probables reacciones del estómago.
-          Por favor, vayamos al punto – dice señalando el cubito.
-          Hermoso ¿verdad? – cierra el maletín toma su taza y agrega: este embrión no requiere de mayor cuidado, se desarrolla en un período, digamos relativamente corto y, por supuesto, su costo es facialmente accesible para personas de su posición.
-          Todo eso está muy bien, siempre y cuando una sepa qué llega a ser esta maravilla de embrión.
-          Un dragón caballero, un hermoso y auténtico dragón.
Sonríe, vuelve a acercarse al cubo pero no distingue sus fauces, escamas, cola, alas o cualquier otro indicio de la calidad dragoniana de la masa de cartílagos.
-          No es que desconfíe de su palabra, pero cómo, si se puede saber, ¿puedo estar seguro de que se trata de un verdadero dragón?
-          Hay una manera muy fácil de comprobarlo – responde orgulloso-;comparto su inquietud, permítame invitarle a esa ventana.
Se ponen de pie, el vendedor le toma ligeramente de un brazo para conducirle hasta la ventana que da al jardín en donde, apacible, un dragón no más que un asno devora un rosal.
-          ¿¡María! ¡María!?
Aparece María
-          María, ¿Qué hace ese animal en el jardín?
-          El señor me pidió que le diera un poco de agua.
-          Sepa usted- dice dirigiéndose al vendedor- que tendrá que pagar los daños que esa bestia cause en mi jardín.
-          Por favor, no lo toma a mal, es que a veces se pone muy travieso.
-          Travesura o no ¡Sáquelo de mi rodal y salga usted de mi casa!, ya mis abogados se encargarán de la demanda que inmediatamente ejecutaré contra usted y su compañía.
No le quedó más que guardar sus cosas; María lo acompañó hasta la puerta.




3) LA LEY

Cuando salimos la ley no había sido aprobada
Pasamos una semana construyendo nuestro propio universo, olvidados de la existencia de la cuidad, de su pasado y su futuro, sumidos en el presente.
Al regresar, después de apearnos del bus, caminamos de la mano, o intrigado por la ausencia de transeúntes, a pesar de lo temprano de la hora- eran las siete de la noche-; ella asustada, presintiendo el terror que nos acechaba.
Un policía nos detuvo. No vestía el acostumbrado uniforme caqui, sino uno totalmente negro en el que brillaban su placa y el cinturón de su revólver de reglamento.
Quedan detenidos, dijo. Ensayé una protesta que tuve que acallar inmediatamente ante la presencia de dos gendarmes más que acudieron al llamado del primero. Nos condujeron en un patrullero (negro también en reemplazo del azul-gris) hasta el Centro de Retención. Allí me separaron de María; poco a poco escuché el apagarse de sus sollozos mientras se alejaba por pasillos interiores.
Me ordenaron aguardar en una vetusta sala flanqueada por bacas de madera apolilladas que me recibieron con un coro de rechinidos. Había un par de hombres más; uno, un jovenzuelo de pelo largo y vestir abandonado, dormía; el otro, un tipo muy elegante, que ofrecía un lamentable contraste con su rostro ajado, de ojos enrojecidos por un llanto que debía ser muy largo.
¿Cuánto tiempo esperé? No tengo idea, recuerdo que me sumí en cavilaciones: seguramente la ley había sido aprobada y estaba en plena vigencia; ¿pero cuáles serían sus artículos para que yo hubiera cometido una infracción? Estaba seguro de que ella era la causa de mi arresto.
El jovenzuelo despertó sobresaltado, nos miró largamente, se levantó confundido y recorrió la sala como reconociéndola; luego se sintió abatido y fue hasta una estrecha puerta metálica. Se quedó abstraído como si no comprendiese su significado, poco después nos ofreció un cigarrillo; el hombre bien vestido lo rechazó horrorizado, yo acepté pensando que me haría olvidar el hambre. No conversamos. Los tres tendríamos la certeza de haber violado la ley y , por lo tanto, ¿Qué objetivo tendría saber qué habíamos hecho?
Cuando estábamos compartiendo el último cigarrillo apareció un guardia. Al aproximársele, el hombre bien vestido se convulsionó gritando ¡no, por favor! ¡Yo no he hecho nada! ¡Soy inocente! ¡Soy inocente! Se acurrucó en un rincón escondiendo la cara y llorando con desesperación. Entraron los otros dos guardias, nos miraron con desprecio y cayeron con sus macanas sobre el hombre bien vestido. Lo sacaron a rastras a través de la puerta metálica.
El jovenzuelo y yo temblábamos, más por el temor de caer en el estado del hombre bien vestido que por lo que nos pudiera ocurrir. Como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, nos aproximamos a la puerta para escuchar. Se oían los gritos del desgraciado y un murmullo de voces ininteligibles.
Recordé a María. Un poderoso sentimiento de impotencia se anidó en mi mente. ¿Qué sería de ella? ¿La estarían torturando? ¿Estaría gritando como el sujeto bien vestido o estaría enloqueciendo como el jovenzuelo que ahora caminaba de un lado a otro de la habitación con la mirada perdida en el piso? Se me ocurrió que todo estaba perdido; no había esperanza, estábamos atrapados.
El jovenzuelo, en cuclillas, se balanceaba hacia adelante y atrás como un muñeco porfiado, mirándome sin mirar.
Descubrí una mosca paseándose por el techo; se detenía: inmóvil parecía muerta, como suspendida en la atemporalidad por siglos, por días, por horas; luego revoloteaba con un zumbido, cánticos de monjes en penitencia, llenando el vacío absoluto en el que se había convertido el recinto. Ahora estaba solo: el hombre bien vestido había muerto; el jovenzuelo también, perdido en pensamientos incomprensibles, gesticulando. Primero se tapaba los ojos, luego los oídos y por fin la boca, una y otra vez, en un ritual que alguna vez aceptaría, pensé.
Cuando cayó la otra noche, ya no tenía esperanzas; ni siquiera el pensamiento me daba fortaleza. Encontré el rostro de María en todas las esquinas y recovecos de la habitación. María, que también había muerto.
Era solo un guiñapo cuando me llevaron lejos de la mosca y del espectro del jovenzuelo. Casi sin pisar franquee. Un hombre seco y anguloso, de mirada ausente, me repitió mil veces un texto de la ley; no comprendí nada. Los artículos penetraron en mi mente, la atraparon y se quedaron allí para siempre. Los acepté como verdad absoluta, la única verdad que debía regir mi vida, la verdad que sería el sentido de mi existencia.
No me golpearon; no hubo necesidad. Estaba consciente de que la ley era la única, lamás sabia que jamás había existido.

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